lunes, 5 de agosto de 2013

La maestra Eva y el gigante de dos metros de altura


Por P. Modesto Lule Zavala msp




Madre e hija salieron a comprar unas cosas a la tienda. De regreso se les une una persona de casi dos metros de altura. Las sigue muy de cerca y ellas al sentir su presencia apresuran el paso. El acompañante hace lo mismo y ellas se inquietan por esa extraña compañía. 



Su velocidad aumenta y su seguidor tiene que gritar: maestra Eva, ¿ya no me quiere saludar? Madre e hija se detienen y el joven llega hasta donde están ellas. – ¿No me conoce maestra? Pregunta el joven un tanto apenado por el susto que les ha hecho pasar. – ¿Martín? –Sí, ese mero. Martín saluda de abrazo a la mujer acabada en años y un tanto encorvada. Su hija sólo mira la escena y sonríe al ver a su perseguidor medio arrodillado para poder mirar de frente a su antigua maestra. – ¿Cuántos años han pasado Martín? –Muchos maestra, muchos. –Desde preescolar que no sabía nada de ti. ¿Qué ha sido de tu vida? –Me ha ido muy bien, estoy en la judicial trabajando. Y la recuerdo mucho maestra. –Qué bien, me alegro mucho en verdad.

Esta pequeña anécdota nos la contaba la maestra Eva Mercedes Díaz hace algunos años a la hora de la cena. Habíamos terminado el apostolado de la revista y su hija María del Rosario siempre tiene a bien de invitarnos a su casa y ayudarnos en el apostolado, pero creo que de las veces que me había tocado estar ahí en su casa no nos la habíamos pasado también como esa noche. Reímos a más no poder y escuchamos algunas páginas de su vida. Nos contó que cuando era muy niña entro a la escuela y al poco tiempo se enfermó de escarlatina eso le impidió continuar por algún tiempo ya que la enfermedad es contagiosa así que estuvo en cuarentena. Pero su familia le llevaba continuamente los recortes de un periódico local donde salían algunos dibujos. Como ella conocía algunas palabras comenzó a entenderle y con su insistencia pudo aprender a leer. De regreso a su escuela se sorprendieron de la agilidad que tenía para leer. Todos pensaban que el texto se lo aprendía de memoria y lo recitaba tal cual pues no les parecía posible que una niña a esa edad leyera de corrido como lo hacía. El problema es que sólo aprendió a leer más no a escribir porque dice ella que nunca le dieron un lápiz. Y cuando la maestra les pidió a los niños que redactaran un escrito ella se quedó mirándolos nada más. ¿Qué pasa? le pregunto su maestra. –No sé escribir. Contesto ella. Y todo porque nunca le dieron un lápiz.

Con el pasar del tiempo ella aprendió bien la lección y se tituló como maestra en primaria y secundaria. Cuando se casó abandono su trabajo por dedicarse a su familia. Se cambió de casa y se dio cuenta que en ese lugar carecían de maestros así que ella se ofreció como maestra sin recibir nada a cambio. Recibía niños desde los tres años, la única condición era que ellos fueran por sus propias ganas que no fueran a la fuerza. Muchos niños fueron entre ellos Martín, aquel gigante de dos metros que las siguió esa noche. Entre sus alumnos ya hay jóvenes que son maestros, doctores, abogados y hasta ese judicial. La maestra Eva nos lo platicaba con mucha emoción y eso se percibía en el ambiente al estarla escuchando. Nos dijo algo que se me ha quedado muy grabado: “La vocación que tengamos debemos amarla con todo nuestro ser y darse a ella a cambio de nada. Por eso debemos buscar realmente lo que queremos ser en esta vida. Yo era maestra y era algo que me gustaba hacer, ahora por mi edad ya no me es posible. Hay muchos que son maestros solo para ganar dinero y tener plazas y su enseñanza no pasa de las aulas. Si tu vocación la tienes solo para ganar dinero eso no es vocación”.

Fueron muchas cosas las que platicamos pero en especial se me quedo esa muy grabada en mi mente. Ya que si Dios nos ha dado un don es para ponerlo al servicio no para aprovecharnos de él. Así la maestra Eva no solo dio clases sino que también dio su vida con esmero y eso lo recordaban muy bien sus alumnos porque se les grabo en el corazón. No sólo les enseño a leer y a escribir, sino les enseño a darse por completo a los demás.

La vida de la maestra Eva es muy significativa y muy valiosa y al escucharla no pude evitar que viniera a mi mente esa parábola que designa muy bien su vida.

Un niño y su papá caminaban por las montañas y al llegar a una cueva el niño hablo fuerte y alguien le respondió de adentro de la cueva. Él no sabía que era el eco el que le respondía así que siguió hablando: Hola, hola, hola, hola, hola. ¿Quién eres? Y el eco repetía: ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quién eres? Eres malo, eres malo, eres malo, eres malo. El niño sorprendido por lo que escuchaba le pregunto a su papá que era lo que le respondía allá adentro. Su papá lo tomo en brazos y lo sentó en una piedra y le dijo: Eso, es la vida. Como le hables te responde.



Hasta pronto y que Dios los bendiga.







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