Por
P. Modesto Lule Zavala msp
Madre
e hija salieron a comprar unas cosas a la tienda. De regreso se les une una
persona de casi dos metros de altura. Las sigue muy de cerca y ellas al sentir
su presencia apresuran el paso. El acompañante hace lo mismo y ellas se
inquietan por esa extraña compañía.
Su velocidad aumenta y su seguidor tiene que gritar: maestra Eva, ¿ya no me quiere saludar? Madre e hija se detienen y el joven llega hasta donde están ellas. – ¿No me conoce maestra? Pregunta el joven un tanto apenado por el susto que les ha hecho pasar. – ¿Martín? –Sí, ese mero. Martín saluda de abrazo a la mujer acabada en años y un tanto encorvada. Su hija sólo mira la escena y sonríe al ver a su perseguidor medio arrodillado para poder mirar de frente a su antigua maestra. – ¿Cuántos años han pasado Martín? –Muchos maestra, muchos. –Desde preescolar que no sabía nada de ti. ¿Qué ha sido de tu vida? –Me ha ido muy bien, estoy en la judicial trabajando. Y la recuerdo mucho maestra. –Qué bien, me alegro mucho en verdad.
Su velocidad aumenta y su seguidor tiene que gritar: maestra Eva, ¿ya no me quiere saludar? Madre e hija se detienen y el joven llega hasta donde están ellas. – ¿No me conoce maestra? Pregunta el joven un tanto apenado por el susto que les ha hecho pasar. – ¿Martín? –Sí, ese mero. Martín saluda de abrazo a la mujer acabada en años y un tanto encorvada. Su hija sólo mira la escena y sonríe al ver a su perseguidor medio arrodillado para poder mirar de frente a su antigua maestra. – ¿Cuántos años han pasado Martín? –Muchos maestra, muchos. –Desde preescolar que no sabía nada de ti. ¿Qué ha sido de tu vida? –Me ha ido muy bien, estoy en la judicial trabajando. Y la recuerdo mucho maestra. –Qué bien, me alegro mucho en verdad.
Esta
pequeña anécdota nos la contaba la maestra Eva Mercedes Díaz hace algunos años
a la hora de la cena. Habíamos terminado el apostolado de la revista y su hija
María del Rosario siempre tiene a bien de invitarnos a su casa y ayudarnos en
el apostolado, pero creo que de las veces que me había tocado estar ahí en su
casa no nos la habíamos pasado también como esa noche. Reímos a más no poder y
escuchamos algunas páginas de su vida. Nos contó que cuando era muy niña entro
a la escuela y al poco tiempo se enfermó de escarlatina eso le impidió
continuar por algún tiempo ya que la enfermedad es contagiosa así que estuvo en
cuarentena. Pero su familia le llevaba continuamente los recortes de un
periódico local donde salían algunos dibujos. Como ella conocía algunas
palabras comenzó a entenderle y con su insistencia pudo aprender a leer. De
regreso a su escuela se sorprendieron de la agilidad que tenía para leer. Todos
pensaban que el texto se lo aprendía de memoria y lo recitaba tal cual pues no
les parecía posible que una niña a esa edad leyera de corrido como lo hacía. El
problema es que sólo aprendió a leer más no a escribir porque dice ella que
nunca le dieron un lápiz. Y cuando la maestra les pidió a los niños que
redactaran un escrito ella se quedó mirándolos nada más. ¿Qué pasa? le pregunto
su maestra. –No sé escribir. Contesto ella. Y todo porque nunca le dieron un
lápiz.
Con
el pasar del tiempo ella aprendió bien la lección y se tituló como maestra en
primaria y secundaria. Cuando se casó abandono su trabajo por dedicarse a su
familia. Se cambió de casa y se dio cuenta que en ese lugar carecían de
maestros así que ella se ofreció como maestra sin recibir nada a cambio.
Recibía niños desde los tres años, la única condición era que ellos fueran por
sus propias ganas que no fueran a la fuerza. Muchos niños fueron entre ellos
Martín, aquel gigante de dos metros que las siguió esa noche. Entre sus alumnos
ya hay jóvenes que son maestros, doctores, abogados y hasta ese judicial. La
maestra Eva nos lo platicaba con mucha emoción y eso se percibía en el ambiente
al estarla escuchando. Nos dijo algo que se me ha quedado muy grabado: “La
vocación que tengamos debemos amarla con todo nuestro ser y darse a ella a
cambio de nada. Por eso debemos buscar realmente lo que queremos ser en esta vida.
Yo era maestra y era algo que me gustaba hacer, ahora por mi edad ya no me es
posible. Hay muchos que son maestros solo para ganar dinero y tener plazas y su
enseñanza no pasa de las aulas. Si tu vocación la tienes solo para ganar dinero
eso no es vocación”.
Fueron
muchas cosas las que platicamos pero en especial se me quedo esa muy grabada en
mi mente. Ya que si Dios nos ha dado un don es para ponerlo al servicio no para
aprovecharnos de él. Así la maestra Eva no solo dio clases sino que también dio
su vida con esmero y eso lo recordaban muy bien sus alumnos porque se les grabo
en el corazón. No sólo les enseño a leer y a escribir, sino les enseño a darse
por completo a los demás.
La
vida de la maestra Eva es muy significativa y muy valiosa y al escucharla no
pude evitar que viniera a mi mente esa parábola que designa muy bien su vida.
Un
niño y su papá caminaban por las montañas y al llegar a una cueva el niño hablo
fuerte y alguien le respondió de adentro de la cueva. Él no sabía que era el
eco el que le respondía así que siguió hablando: Hola, hola, hola, hola, hola.
¿Quién eres? Y el eco repetía: ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Quién
eres? Eres malo, eres malo, eres malo, eres malo. El niño sorprendido por lo
que escuchaba le pregunto a su papá que era lo que le respondía allá adentro.
Su papá lo tomo en brazos y lo sentó en una piedra y le dijo: Eso, es la vida.
Como le hables te responde.
Hasta
pronto y que Dios los bendiga.
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