lunes, 15 de julio de 2013

El agua y la burrita


Por Modesto Lule msp




Cuando era niño me gustaba ir mucho a la casa de mi abuelita. Ella es mamá de mi mamá, le decimos Chona, mama Chona y vive en otro ranchito a 3 kilómetros. En aquellos años cuando la visitaba no tenían servicio de agua potable el ranchito y tenían que traer agua de otras partes.
De vez en cuando llegaba una pipa con agua de parte del municipio pero no era muy frecuente. Los que tenían camioneta podían llevar sus tambos grandes de 200 litros a otros ranchos y llenarlos. Los que no tenían buscaban la manera de tener un burrito y comprar unos botes lecheros y acarrearla de donde se las regalaran. Habían tiempos de siembra que prendía un pozo para regar las tierras en un territorio no muy lejano del rancho y hasta ahí se iba a traer el agua en los burritos. Una ocasión cuando fui con mi abuelita me pidió que le trajera agua del pozo. Yo nunca lo había hecho y cómo no tenían a nadie de los que solían traer el agua me lo pidió a mí. Yo acepte con mucho gusto ya que sería una nueva aventura traer agua en un burrito. Acomodó el animal y me di cuenta de que no era burrito, sino burrita. Me monte en ella y me dijo: «Si te da pena subir a la burrita y traer el agua sólo le llenas los tambos y la encaminas. Ella ya sabe llegar aquí a la casa sin que nadie la acompañe. Así le hace tu tío porque le da pena que lo vean acarreando el agua». Yo dude que fuera cierto eso de que la burrita llegara por sí sola a la casa desde tan lejos y habiendo tantas casas por el camino y tantas veredas. Pero después comprobé que si era verdad eso que decía mi abuelita. En el camino rumbo al pozo me encontré con más personas que llevaban sus burritas para acarrear agua. En su mayoría eran señoras y señoritas. Solo a un señor me encontré por el camino y comprendí que por eso le daba pena a mi tío.

Cuando llegue al pozo me puse a un lado del tubo que sacaba el agua y comencé a llenar los tambos lecheros. Llené casi uno y después comencé a llenar el otro tambo. Pero pasó una cosa, que por haber llenado primero un tambo y después el otro se colgó más de un lado que de otro. Emprendí el viaje de regreso a la casa de mi abuelita pero con el temor de que los tambos se cayeran ya que estaba más colgado para un lado. Cuando llegue con mi abuelita se dio cuenta del error y bajamos el agua de los tambos. Yo le pregunté que si quería más y me dijo que sí, pero me advirtió: «Para que no te pase lo mismo pones una cubeta con agua en un tambo y otra en el otro de manera que se equilibre el peso y no sea más de un lado que de otro». Así lo hice y regresé dos veces más y puse el agua cómo me había dicho mi abuelita, equilibrar el peso en los tambos.

Hoy comprendo que es bueno equilibrar las cosas en todos sus aspectos. Tanto las emociones cómo los gustos. No es bueno siempre estar bromeando, ni tampoco siempre estar muy serio. No es bueno estar enojado siempre, ni tampoco ser tan extremista. Creo que lo que vale en toda conducta es ser equilibrado. Mi mamá me decía que debemos ser maduros para saber cómo comportarnos en todo momento. Eso es saber ser equilibrados. En la Biblia encontramos en el libro del Eclesiastés que dice con respecto a lo de equilibrar nuestra vida: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el callar, y su tiempo el hablar». (Ecles. 3, 1-8)

Dios nos da un tiempo para cada cosa y ni el dulce es siempre bueno ni la hiel tampoco y mucho menos lo salado. Espero y te diga algo esto que escribí y así puedas ser un magnífico arquitecto de tus emociones.


Hasta la próxima.


Dios te bendiga.













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